Daniel Gigena, MIÉRCOLES 28 DE DICIEMBRE.
La muestra Xul Solar imaginero del Delta.
El Museo de Arte Tigre (MAT) cumplió diez años de trayectoria y se consolidó como el más importante de la provincia de Buenos Aires, por su colección propia y una programación de muestras temporarias de calidad. Su edificio, antigua sede del Tigre Club y huella arquitectónica de la belle époque criolla, data de 1912 y en 1979 fue declarado monumento histórico nacional. Desde 2014, lo dirige la historiadora de arte María José Herrera, con Mariana Marchesi como curadora y asistente.
“El público fue mucho desde el principio porque el museo despertó grandes expectativas en la zona -cuenta Herrera-. Los tigrenses están muy orgullosos del pasado del edificio y del presente del museo. Acuden en forma gratuita no sólo a las exposiciones sino también a los conciertos, talleres infantiles y visitas guiadas.”
Este año el museo transformó su Salón Oval en un auditorio y organizó con el Ministerio de Cultura de la Nación la exposición 200 años de grabado en la Argentina. “Para 2017 nos espera una exposición en conjunto con el Museo Nacional de Bellas Artes -adelanta Herrera-. Participaremos de la Bienalsur con la Universidad Nacional de Tres de Febrero y estamos gestionando una ampliación, independiente del edificio actual, que sea tan emblemática como éste y que exprese ideales de la contemporaneidad, como la sustentabilidad.” Herrera cree que las instituciones artísticas públicas funcionan bien. “Van en busca de nuevos públicos, pero no deben abandonar a los ya fidelizados”, advierte. “Los museos están cada vez más profesionalizados y eso es bueno, pero una política cultural debe nutrirse de la tradición y la innovación en igual medida.”
En 2008, con la dirección de Diana Saiegh, el museo se abrió a las exposiciones temporarias y aumentó así la oferta cultural y la afluencia de público. Ese año se destacó Fragmentos, del artista uruguayo Carlos Paez Vilaró.
En 2009, hubo una muestra conjunta de dos grandes pintores argentinos: Alfredo Hlito y Miguel Ocampo. La exposición reunió más de treinta obras de dos figuras centrales de la abstracción y el arte geométrico local.
En 2012, el escultor Jorge Gamarra presentó Herramientas, una colección de sus rotundas piezas trabajadas con maderas, metal y piedra. María José Herrera ofició en esa ocasión como curadora.
En 2014, con Escenas de 1900 se inauguró la gestión de Herrera. Por medio de imágenes y otros materiales de archivo, la muestra contó la historia de Tigre y su cultura, y los nuevos modos de sociabilidad de la Argentina. La producción involucró al equipo del museo, a los vecinos (que prestaron objetos e historias para la exposición) y a otras instituciones de la zona.
En 2014-2015, La explosión de la forma dio un panorama inédito del pasaje de la abstracción al informalismo en el arte argentino.
En 2015, Historias en cuadros ingenió una nueva perspectiva sobre la colección permanente del MAT y su relación con la cultura visual: el cine, la fotografía y la historieta. También se presentó Xul Solar imaginero del Delta, dentro del programa que explora el trabajo de artistas en Tigre.
En 2016, esa búsqueda se acrecentó con una exposición de fotos tomadas por Grete Stern en las islas, puestas en relación con los trabajos de la grabadora Cecilia Widmer, la artista textil Silvia Gai y la escultora Marcela Cabutti, en el marco de la delicada muestra La persistencia del agua. Este año, además, hubo dos retrospectivas notables: la del pintor Héctor Giuffré y la del escultor Hernán Dompé. Ambas señalan la importancia de los panoramas históricos que el MAT realiza de manera consecuente.
LETICIA ABRAMEC0. 15 DE MARZO.
Marcela Cabutti | La forma de las cosas
Flotan y emergen, cosechan y siembran. Las cosas de Marcela son mágicas. Aquello que parecía amorfo, cobra sentido en las manos y las ganas de una hacedora entusiasta y creativa. Grandes, colgantes, majestuosas e integradoras son las obras de esta artista que desborda espacios cubriéndolos con amor.
Sus grandes esculturas recorrieron diferentes espacios públicos del mundo. Siempre con una intención de comunión social mediada por el arte, Marcela Cabutti tiene una fuerte vocación docente que invita a conocer sus obras desde una mirada que explore más allá de las magnitudes.
¿Cuál fue el motivador inicial de la búsqueda que llevó a que tus obras tengan tanto impacto visual?
No siempre se trata generar ese impacto. Mi primera experiencia de gran formato fue en el colegio secundario. Nos propusieron realizar una escultura que señalara la ubicación de la Escuela de Ciegos en la ciudad de La Plata. Fue un desafío basado en la paradoja de extender el límite de lo visual. Con unos compañeros diseñamos una pequeña escultura que los ciegos pudieran recorrer con sus manos para luego llevarla a una escala mayor. También usamos algunos relieves realizados por chicos no videntes, ellos mismos modelaron formas que luego trasladamos a cemento. Ese primer acercamiento al gran formato me hizo comprender que ese tipo de trabajos pueden tener resultados más importantes de los que imaginamos.
En Barco Deseos se materializa claramente el enfoque social de tus obras. ¿Cómo surgió esta iniciativa?
Inicialmente fue parte de un trabajo escultórico que estaba montando en Lago Iseo en Italia, lo ideé pensando en algo que me comunicara con los niños, los destinatarios reales de la obra. Me presenté en escuelas e invité a plegar barcos de papel y que, luego, cada uno escribiera un deseo que no se pudiera comprar con dinero. En una escuela había unas maestras muy atentas a una niña en particular que se escondía. Su barco pedía ???que su padre la reconociera???. Desde ese instante comprendí que este era un proyecto muy especial en mi carrera. Una herramienta artística y docente muy liviana desde lo material, pero muy intenso desde lo emocional.
¿Cómo se encuentra la relación entre la forma, el material y la expresión de aquello que uno quiere decir?
El encuentro de esos tres elementos es una búsqueda constante de cada artista. La forma o el material son anexos del sentido que uno quiere darle a las obras. Las formas estéticas responden a maneras de mirar el mundo, de vincularte con él.
¿Con qué materiales disfrutas trabajar más?
No tengo materiales preferidos porque cada trabajo demanda uno en particular. Trabajé con PVC, cerámica, metal, cristal, resinas o madera y en cada caso la idea era previa a la materialidad. Me gusta modelar. Creo que el momento en el que mayor placer encuentro es el de pensar los proyectos.
¿Qué es lo más inspirador de la naturaleza para la realización de tus obras?
La naturaleza tiene un vínculo directo con mi infancia. Mi bisabuelo cultivaba dalias con mi abuelo y las vendían a las florerías cercanas al cementerio. Además, mis padres son bioquímicos y en mi casa funcionaba un laboratorio de análisis clínicos que nos permitía acceder a mundo lleno de lupas, microscopios, sapos y ratitas. Allí podíamos observar minuciosamente cada parte de la naturaleza y eso terminó impactando en mi fascinación por cada pequeño detalle.
El tamaño de tus obras logra ocupar un espacio interesante donde quiera que estén. Más allá de su materialidad, ¿cuál es el mensaje que te gustaría perpetuar?
Encontrarse con obras de arte por la calle es un gesto humano para generar un vínculo. Necesitamos de estas propuestas para aminorar el ritmo en el que vivimos y hacer emerger la emoción. La recepción es siempre compleja. Cuando estaba restaurando la obra Pasionaria, en Puerto Madero, una persona que vivía en la calle paró a mirarme y, con una infinita sonrisa sin dientes, me dijo: ???Qué bueno que la estés arreglando, esta era mi casita???. A su vez, cuando Florencia Braga Menéndez presentó la escultura expresó que Pasionaria podía ser el lugar de encuentro de los enamorados y que alguna historia de amor podía empezar allí. El mismo día de manutención de la obra en que ocurrió la anécdota anterior, vi una joven que hablaba efusivamente por celular y gritaba: ???¡Yo no sé donde estas vos, pero yo estoy parada frente a un maldito monumento rojo!???. Entre risas y para mis adentros pensé: ???¡Es una escultura! ¡Es una flor roja, la Pasionaria!???. Durante esa jornada tuve una visión de las recepciones posibles para cada transeúnte. Las obras significan algo diferente para cada uno. Cuando una obra llega al espacio público, deja de pertenecerte desde el instante en que se inauguró. Allí se cristaliza el pasaje comunicativo por excelencia, el momento en que dono mi trabajo a la comunidad y cobra el sentido que cada uno le quiera otorgar.
María Paula Zacharías, Martes 01 de marzo de 2016.
Artistas en residencia: cambiar de ciudad para inspirarse más
A través de becas y programas especiales, jóvenes creadores de distintos lugares del mundo coinciden en Buenos Aires por un tiempo para desarrollar su obra; comparten taller, experiencias y tejen redes
Clara Imbert nació en París, vive y trabaja en Londres, y pasó el último mes fotografiando a los vecinos de Villa Crespo. Después distribuyó copias de los retratos por las calles, para que sus “modelos” puedan encontrarse a sí mismos barriendo la vereda o cuando salen del supermercado. Durante su estadía como “artista en residencia” hizo una instalación con marcos y bastidores, pero también ganó amigos, recorrió la ciudad y, sobre todo, creó redes.Como ella, cada vez son más los artistas jóvenes que cambian de ciudad para inspirarse: extranjeros que eligen Buenos Aires, o también que llegan de las provincias a pasar una temporada en la gran ciudad. Incluso porteños que buscan aislarse en entornos naturales. Las residencias crecen en número y variedad para ofrecer lugares donde trabajar y a veces también donde dormir. Pero sobre todo dan la posibilidad de salirse de contexto, concentrarse en una obra las 24 horas del día y enriquecerse con la mirada del otro, al salir de la soledad del taller propio. Después, quedan vinculados en una comunidad global de artistas en tránsito, donde prima la generosidad. Hoy por ti, mañana por mí.
En La Ira de Dios comenzó hace un año el programa por el que más de 30 artistas internacionales trabajaron codo a codo con otros argentinos. Clara compartió el espacio con artistas de Caracas, Seattle, una chica griega residente en París, un profesor de Sydney y Gustavo Nieto, tucumano, de 40 años, recomendado por el programa Yungas para una beca del Fondo Nacional de las Artes (FNA). El viernes pasado ellos tuvieron su open studio, para mostrar al público los resultados de la experiencia. El estudio permanecerá abierto durante toda esta semana.
La Ira acomoda a sus huéspedes en casas particulares de amigos y ofrece un espacio de trabajo en común. Como parte del programa, participan en actividades, visitas especiales a museos y encuentros con referentes locales. “Las convocatorias son internacionales y cuestan 900 dólares, con un mes de alojamiento, pero siempre sumamos artistas argentinos becados”, cuenta Carolina Magnin, directora del proyecto junto con Pablo Caligaris.
Por su parte, URRA, que lleva seis años funcionando en la ciudad con sedes temporarias en el Distrito de las Artes, está de fiesta: pasado mañana inaugurará su primer edificio dedicado solamente a residencias de artistas. Aliado frecuente de arteBA y con intercambios con Basilea y Londres, en su historia recibió 104 artistas de 24 países. Su nueva casa está en Tigre Sur, donde logró la combinación ideal de alojamiento y talleres en el mismo lugar. “Tratamos de que siempre sea sin cargo. Para que los artistas puedan venir, los ayudamos a conseguir becas, auspicios o padrinos acá o en sus países de origen”, explica Melina Berkenwald, coordinadora de URRA, que pertenece a la Fundación Veria y recibió el edificio en comodato de la desarrolladora Nuevo Urbanismo, con intereses en la zona.
En los próximos meses se abrirá la primera convocatoria oficial, pero siempre llegan artistas fuera del calendario, como Luis Hernández Mellizo (Bogotá) y Martín Carrizo (Córdoba), que estrenan cuartos privados con sommier y aire acondicionado mientras preparan muestras y ayudan a poner a punto el edificio. “Para mí fue como una entrada al contexto artístico argentino”, dice Hernández Mellizo, que va por segunda vez en URRA.
Pasaporte a la Zona Imaginaria
Otro caso es el de la artista Lucrecia Urbano, que abrió su taller para llenarlo de colegas y enriquecer a su paso a la comunidad de Villa Jardín. Cuarenta chicos de ese barrio son alumnos becados, que aprenden arte, fotografía, serigrafía, historieta, cerámica o la disciplina que enseñen los residentes, que ya suman 75 de países tan diferentes como Jordania, Taiwán y Brasil. Dar clases a sus “pequeños aprendices” es lo único que pagan por hospedarse en la casa de Zona Imaginaria, como se llama este espacio lleno de luz, flores y voces infantiles, donde se aceptan mascotas y la cocina desprende aromas exóticos. Antes, en esa calle quisieron levantar un muro para dividir San Isidro de San Fernando, y de ahí quedó el nombre. “Soy una bisagra entre un lado y el otro. El arte es un pasaporte unificador”, dice Urbano.
Lorraine Green, barilochense, hizo un relevamiento de la flora de los jardines vecinos y dio un taller de acuarela. Y el brasileño Ernesto Bonato pasó horas dibujando con los chicos el barrio. Después, con sus retratos armaron barriletes y los remontaron. “Esas cosas hacen que el círculo cierre y tenga sentido el proyecto”, evalúa Urbano. La solidaridad es constante: ya había taller de gráfica, prensa para grabado, horno de cerámica, llegaron pilas de papeles para usar y la artista Rosana Simonassi donó un laboratorio de revelado. “Son espacios nutritivos de encuentro con pares.”
También están las residencias de R.A.R.O., que proponen a extranjeros pasar temporadas aranceladas como huéspedes en talleres de artistas locales. La relación es uno a uno. Hasta el 10 de este mes está abierta la convocatoria subsidiada por el FNA para artistas de provincias. Incluye seguimiento, registro y difusión, subsidio para materiales o transporte y una muestra final.
“Los artistas en general no se conocen, pero hubo casos en que terminan el mes haciendo trabajos en conjunto para una exposición final. Se ayudan mucho entre sí, en cuestiones de materiales y técnicas, pero también con la mirada del otro. Los grupos de WhatsApp continúan activos mucho tiempo después”, retoma Magnin sobre este tipo de experiencias. “Las residencias respaldan la producción del artista desde el lugar del taller: inspiran, ofrecen un sitio de trabajo para pensar obra nueva y para interactuar con pares y nuevos interlocutores. Son espacios de creación. Salir de tu lugar de confort te obliga a revisar tu obra. Y la visita de artistas internacionales oxigena la escena”, señala Berkenwald. “Conocés un lugar, te dislocás de tu espacio y encontrás lecturas de tu obra aisladas del circuito local”, completa Urbano.
Si Mahoma no va a la montaña…
Raúl Flores dirige Proyecto Yungas, que hace al revés: instala la residencia por siete meses en una provincia, donde beca al 100% de los artistas participantes con aporte público y privado. Pasó por Mendoza, Tucumán, Corrientes y Córdoba fue la última edición, en 2015. Cada vez, ocho artistas son elegidos por un jurado para un seguimiento de obra a largo plazo. “El objetivo es construir una escena local”, explica Flores, que como curador del Barrio Joven de arteBA promete para este mayo una edición más federal. “La universidad no te forma como artista. La formación desde hace treinta años es alternativa: por Antorchas, la Beca Kuitca o el programa de la Di Tella. Hay una diferencia entre ser Licenciado en Artes y ser artista. Y en este sentido las residencias te permiten los intercambios con profesionales que no te da la facultad”, compara.
Hay más formatos de este tipo: residencias en lugares aislados, como la de Manta, en San Martín de los Andes, o la de Curadora, en San José del Rincón, Santa Fe. También existen en fábricas, como la convocatoria que acaba de cerrar el Museo Castagnino+Macro de Rosario, en la tradicional Cristalería San Carlos. “Es un intercambio de saberes y afecto hacia el trabajo manual”, define la artista Marcela Cabutti, que trabajó varias temporadas en esa industria y ahora coordina las residencias en el Museo del Ladrillo de La Plata.