Galería Luisa Pedrouzo, CABA.
Texto: Daniela Koldobsky.
Diseño de montaje y curaduría: Gustavo Vázquez Ocampo.
Fotografía: Tano Pancino, Patricio Gil Flood.
Fotografía de sala: Gustavo Lowry.
Cuando City Bell es la memoria de un jardín plateado
Por Daniela Koldobsky
A pesar de que se llama City Bell (City: ciudad; Bell, aunque permita otra lectura, es el apellido de la primera familia que comenzó a urbanizar una parte de la zona situada entre La Plata y Buenos Aires) esta exposición de Marcela Cabutti habla de jardines. Es cierto: City bell es una ciudad jardín.
Sin embargo y por muchas razones, el jardín de que nos habla esta “City Bell” está en la memoria. La memoria de la infancia porque es un jardín con un abuelo campechano que riega malvones en maceta y con una nieta que recoge tréboles de cuatro hojas. La memoria de la infancia también porque vuelve al modelado que Marcela había dejado en los ya lejanos primeros años de contacto con el amor de la escultura. La memoria de la infancia por la presencia de uno de los motivos más recurrentes desde sus primeras exposiciones: los pequeños insectos, aunque ahora incluídos en un jardín y rodeados de animalitos de infancia como las tortugas. Hasta aquí está la infancia sin más.
De aquí en adelante “City Bell” es algo bastante distinto de la infancia, aunque no de la memoria: como todo jardín de niño, tiene plantas que pinchan y de las otras, macetas llenas de bichitos y animales; tiene incluso telas de araña. Pero es el jardín tamizado por una memoria que aparece en blanco y negro, como las fotos viejas, e incluso está plateado, como las cosas valoradas pero lejanas, convertidas en reliquias de mesa de luz. La memoria es la distancia del tiempo, pero la memoria de “City Bell” tiene varias dimensiones; es la memoria del espacio cuando juega con escalas: grande veían al jardín los ojos de la niña que juntaba tréboles, pero ahora es pequeño y se sube a una tarima para poder ser visto. Es la memoria de materias conjugadas cuando suma fotografías que conversan con pequeñas esculturas, construyendo así un jardín que como toda memoria no deja de ser una escenografía. Es entonces también la memoria de las dimensiones del plano que se convierten en tres, aunque las tres dimensiones siempre remiten a los plateados objetos de un hoy que ya es pasado.
¿Y respecto de la memoria del arte?. ¿A cuál convoca?. Sin dudas, la de ese género post Duchamp que es el objeto, y más directamente, la de ese mundo extra artístico que son los objetos plateados de bazar, y quizás también en eso funciona la memoria de un arte reciente que convoca a esos mundos otros.
Me estoy preguntando por qué hablo de memoria y no de recuerdo: simplemente porque el recuerdo se hace memoria cuando se le aplica la distancia, cuando se separa el afecto pegajoso e indeterminado de la propia historia, hasta ponerlo en una bocha de cristal o imponerle el orden de la clasificación: el jardín tenía bichitos, pero esos bichitos eran abejas, caracoles, cigarras y tortugas; y tenía plantitas, pero ahora son calcos de plantas, o mejor dicho, sus transposiciones.
“City Bell” no es el jardín dorado del recuerdo siempre un poco tramposo; es el jardín plateado de la memoria social que ordena una parte del pasado en varias cajas, único modo en que presente y pasado no sean la misma cosa.
De Olga Romero. 2003.
La tarde se desliza en hojarascas.
Sólo un rayo de sol
ha parido este cielo de torcazas.
De pronto escucho frotar de celofanes
cuatro pares de alas en palito turquesa
que buscan la dulzura de las flores
y otras alas transparentes que se acercan
atrapadas en verde neón que antecede a la lluvia
se buscan se rechazan son diástole y sístole
una sobra la otra copulan corazón es su forma
y nada sugieren que lo entiendan
sólo son dos insectos que se unen.
La lluvia los espera.
En corazón.
Como las nieves del tiempo. En la Galería Luisa Pedrouzo.
Por Fabián Lebenglik
Marcela Cabutti (La Plata, 1967) se formó como escultora en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Nacional de La Plata y se especializó en diversas técnicas en Europa, especialmente en Milán, donde obtuvo un master en “diseño y biónica”, en el Centro di Ricerche Istituto Europeo di Design.
Desde comienzos de la década del noventa, su obra –que suele evocar la naturaleza, particularmente los insectos– se caracteriza por una impecable realización, muchas veces cercana al símil industrial y un cuidado rigor formal, que no sólo aprendió a lo largo de su completa formación como artista, sino también –y anteriormente– en el antiguo taller de plomería y soldadura de su abuelo, fuente familiar y técnica de su pasión por la “fabricación” de objetos y esculturas. Ese cruce entre el objeto industrial y artesanal es un dato constante en el trabajo de la artista.
Desde la primera muestra individual que registra quien firma estas líneas, “Insectos de la vida cotidiana” –una muestra que la propia artista borró de su catálogo tal vez por autoexigencia, o por considerarla “temprana” en cuanto a su realización o fuera de circuito por llevarse a cabo en plena calle Corrientes, en las paredes del bar de la librería Liberarte, hace diez años–, Cabutti presentaba un conjunto de esculturas inflables en PVC vulcanizado y pintado que evocaban insectos –algunos de ellos con nombres y apodos, comenzando por Gregorio, en homenaje a Gregorio Samsa, el personaje kafquiano de La metamorfosis. Entre el humor, la reflexión y la “temprana” calidad en la realización, la escultora tomaba la naturaleza como punto de partida de su trabajo, al tiempo que proponía, siguiendo a Deleuze y Guattari en Kafka, por una literatura menor –quienes allí reflexionan sobre la desestructuración del pensamiento y de la escritura a través de las líneas de fuga erráticas e impredecibles que trazan los insectos en su huida–, un pensamiento desestructurado contra una parte de la pesada tradición escultórica argentina.
En su nueva exposición la artista presenta obras complejas no sólo en realización –por la combinación entre fotografía y modelado de piezas– sino también en la construcción de sentido.
Ya no se trata de una obra esencialmente juguetona –como la inicial– sino de un trabajo que reflexiona nostálgicamente acerca del pasado y de la infancia en City Bell, donde se superpone perfectamente el tiempo de la niñez –cuando frecuentaba el mundo de sus abuelos–, con la cotidianidad de la City Bell de hoy: el contraste de tiempos marca, formalmente, diferentes escalas, ausencia de colores, presencia constante de insectos, rincones, plantas y jardines, etc. Hay un corte y al mismo tiempo una continuidad con ese pasado que se evoca. Se trata de una memoria localizada, que recupera lugares, escenas, detalles mínimos.
Parte de la complejidad de la obra surge por la combinación de técnicas y materiales: fotografía en blanco y negro enmarcadas y colocadas en cajas que al mismo tiempo son cuadros u objetos; pequeñas piezas modeladas (que a su vez se incluyen en las fotografías) y luego plateadas para ser exhibidas como partes de la obra.
En otra obra –todas sin título– también la artista apela al dibujo para evocar telas de araña en una secuencia. Hay algo teatral, notoriamente escénico, en la construcción del sentido de cada obra. Varias etapas sucesivas que van sumando complejidad sin transformarse en densidad. Fiel al virtuosismo que la caracteriza, Cabutti trabaja obsesivamente la imagen: desde el granulado de las fotografías, pasando por la ajustada composición (técnica y visual) hasta la combinación entrelos diferentes pulidos de sus hojas, frutos e insectos plateados, en sus variantes opacos y brillantes.
En varios casos esa teatralidad es lo primero que se revela al ojo del espectador. Una de las piezas un cachorro plateado mete la cabeza dentro de la regadera en una imagen contrastante tanto por su forma como por el encuentro de materiales, texturas y grados de opacidad o transparencia. Otra pieza –también plateada–, duplicada en diferentes escalas, consiste en la figura de un niña arrodillada en el jardín, en la búsqueda de tréboles. Un conjunto de dos piezas pequeñas escenifican el encuentro en el abuelo y la nieta a punto de intercambiar flores recién cortadas.
La búsqueda del pasado, en el caso de Marcela Cabutti, no es exclusivamente nostálgica, porque hay una recuperación de ese pasado volviéndolo, en algún sentido, presente. La geografía, los jardines, los árboles y plantas, los insectos, conservan una identidad y una permanencia que establecen un eje de continuidad entre aquello que se evoca y el presente desde el cual se ejerce la memoria.
Por otra parte, hay una toma de distancia especialmente subrayada en cada obra. Una memoria que recorta, enmarca, cambia de escala, transforma los colores en escalas de grises… Hay todo un mecanismo de formalización de la memoria que supone códigos comunes de representación del paso del tiempo. En este punto, la memoria personal e íntima, aquello que se supone intransferible se vuelve colectivo a través de los procedimientos técnicos, tanto de aquellos más usuales, como de los introducidos por la artista. La memoria afectiva puede ser también, como demuestra la exposición de la artista, una memoria compartida.
En alguna de sus aristas –en las de mayor ternura–, las piezas plateadas de Cabutti tienen como antecedente las obras plateadas de Alberto Heredia, quien trabajaba sus “roperos” de plata como condensación del relato de una vida ejemplar, en el sentido de las ejemplaridad tomada como oscilación entre lo personal y lo social.
“¿Y respecto de la memoria del arte? ¿A cuál convoca? –se pregunta Daniela Koldobsky en el catálogo de la exposición–. Sin dudas, la de ese género post Duchamp que es el objeto, y más directamente, la de ese mundo extraartístico que son los objetos plateados de bazar; y quizás también en eso funciona la memoria de un arte reciente que convoca a esos mundos otros”.Debe destacarse el montaje de la muestra, tanto en el caso de las “cajas”, como en el de las obras compuestas, fuera de caja –ellas mismas pueden ser consideradas un efecto de montaje–, en las que la fotografía está colocada sobre el suelo, como una pequeña escenografía delante de la cual se ubican teatralmente las plantas. En este caso, la relación entre lo complementario y lo necesario se confunde de modo que el conjunto adquiere una lograda autonomía dada por el grado de contextualización de toda la obra.
La tercera dimensión de la Memoria
Por Viana Conti
Marcela Cabutti (La Plata, Argentina, 1967, docente de Historia del Arte y Artes Plásticas con orientación en escultura) es una artista que ha creado un proceso de representación en tres dimensiones. La luz, como elemento inmaterial, también entra a formar parte, a nivel espacial, de la tercera dimensión. Su memoria visual y emotiva se traduce en superficies con relieves y en formas abiertas a la sensibilidad del tacto. Su modo de dar forma a la obra y de montarla para su exposición no prescinde de la búsqueda del volumen y de los efectos de luz y de sombra, búsqueda estrictamente ligada a su personal actitud para plasmar modelos, que se remite hacia su formación en el ámbito de la escultura.
La calidad mental en el traer a la memoria objetos y figuras, pertenecientes al mundo de su infancia o a aquel de su interés por la biónica, encuentra en la fotografía en blanco y negro y en el modelado plástico de resinas, a veces opacas, a veces brillantes, su medio de elección.
La obra de Marcela Cabutti manifiesta en su desarrollo la activación de un work in progress que comienza con el relevamiento, la evidenciación y el delineado, separándolos del contexto del que forman parte, de sujetos o de situaciones de la naturaleza, biológicas, cotidianas. Este muestreo inicial de lo existente se reconstruye plásticamente en resina y formando parte del orden mental de la artista, mediante una cancelación de su primaria naturaleza en la uniformidad del color blanco, luego fotografiado en blanco y negro; pasaje en el que interviene la maquina fotográfica como intermediaria. Esta operación es la primera que pone distancia del dato inicial.
La fase sucesiva se compone de la mentalización del objeto o del detalle reconstruido, que de este modo entra en el áurea de la simulación de la verdad y que se compara, en la instalación final de las obras expuestas, con la imagen fotográfica, ya sea adhiriéndose a la superficie que enfrentándola desde una cierta distancia, como si quisiera representar a su “doble” tridimensional, la materialización, por así decirlo, de su alma.
Así es que en el trabajo se sucede un primer deslizamiento de la realidad hacia la ficción del calco, entonces del calco a la bidimensión de la fotografía, y por ultimo de esta hacia la comparación con el volumen reflejante del simulacro.
En sus instalaciones sutiles,donde el diálogo entre las presencias sucede a través del vacío y donde es siempre co-protagonista el modo en que la luz ilumina la obra, casi abstrayéndola de la penumbra de la sala, se activa un áurea sagrada, que transfiere un objeto del cotidiano, en una dimensión monumental, museográfica, independientemente de sus medidas.
También el factor de escala de los objetos tiene una función precisa, ligada a la impresión de grandeza que perciben los niños, a partir del proprio punto de vista, y que está destinada indefectiblemente a cambiar en la edad adulta.
No obstante utiliza medios técnicos contemporáneos como el vídeo, Marcela Cabutti no se considera una artista multimedial, sino que, teniendo una gran tendencia a la manualidad y, como consecuencia, al modelado de objetos estéticos, se siente una artista conceptual caliente, enormemente interesada al volumen del objeto, como a los efectos inmateriales que da la profundidad de la luz.
En la muestra City Bell, Galería Luisa Pedrouzo, Buenos Aires, 2003, los volúmenes plateados de un cactus, de la regadera del jardín del abuelo, de las flores y de las hojas de una planta, que cultivaba de niña sumergida en la liquida transparencia de un florero de cristal, van más allá del puro simulacro, transformándose en espejo y en reflejo, como si Narciso, en el acto de reflejarse en el estanque, se volviera, instantáneamente, estanque y Narciso a la vez.
Una verdadera fuga de la realidad se realiza en el hecho que el objeto físico es una reconstrucción virtual y que la fotografía, en blanco y negro, es la representación de la simulación de la realidad.
Un árbol fotografiado, por ejemplo, genera frutos opacos que reportan a la naturaleza y otras metalizadas que reconducen al artificio, mientras las dos juntas vienen reconstruidas por la mano de la artista.
Esto es en lo que se refiera a los vegetales. En el jardín de la memoria infantil se arrastran, caminan, tejen, cantan, vuelan también otras criaturas, que encuentran, en sus reconstrucciones en resina y en los dibujos, que traicionan un conocimiento científico del detalle, formas y huellas de su existencia.
En la muestra personal BAT, María Cilena Arte Contemporánea, Milán 2000, la artista parece sentirse particularmente estimulada e impresionada por el sistema de sensores y los hábitos crepusculares de los murciélagos, al punto tal de hacer una investigación de la anatomía y de los rituales de vuelo nocturno que roza los limites de la investigación científica.
Marcela Cabutti, perteneciente a una familia con intereses de carácter bioquímico, consigue un master en Biónica y Design, ha obtenido becas de estudio en Inglaterra, Italia, Holanda, Estados Unidos, en el ano 1993 ganó el primer premio en escultura de la Bienal de Arte Joven en Buenos Aires.
Ha compartido sus intereses y la dirección estética, con perfil bio-psico-socio-antropológico en la investigación, el inolvidable artista argentino, que recientemente ha fallecido, Víctor Grippo (1936 Junìn-2002 Bueno Aires), que está presente con un homenaje e Documenta 11, Kassel.