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Una deliciosa travesía por los universos fantásticos que imaginó el arte argentino desde la segunda década del siglo XX hasta la actualidad es la propuesta del MAR, Museo de Arte Contemporáneo de Mar del Plata, para estos días y para los meses que restan del año. La invitación que formula el curador Rodrigo Alonso asume formato muestra como El museo de los mundos imaginarios que inauguró el sábado pasado inspirada en El libro de los seres imaginarios de Jorge Luis Borges.
Aunque a oportuna distancia de él, la exhibición ha sido plasmada en el espacio por Daniel Fischer con un fino sentido de la escena que despunta con Borges y Xul Solar a partir de varias escaleras hacia el cielo de Edgardo Giménez pero se abre a itinerarios múltiples que llevan a territorios de sorpresa y misterio. Allí emergen Los sueños de Grete Stern y a la vez los inquietantes muebles animados de Eugenia Calvo. También los astroseres de Raquel Forner, el Eternauta y los paisajes astrales de Erica Bohm.
La deriva ha sido especialmente orientada a fascinar al visitante con los cambios de escala que lo llevan de lo mínimo y misterioso a lo grandioso espectacular y de allí lo sumergen en dimensiones irreales y fantásticas. Así, es posible atravesar muros en la obra de Leandro Erlich, lidiar con “El libro de arena”, de Mariano Sardón, o pasar de las ironías poéticas de Fermín Eguía y Liliana Porter a las miniaturas de Sebastián Gordín, Silvia Rivas, Mariano Giraud-Alfio Demestre o San Poggio. Luego dejarse intimidar por Osedax, el extraño ser gigante invadido por microorganismos de colores que inventó el colectivo platense Biopus. Y –por qué no– abandonarse al instante poético que surge de una determinada narrativa a escala intermedia como en “¡Mira cuántos barcos navegan!”, de Marcela Cabutti, inspirada en un relato de Kawabata, o en el detalle de las ilustraciones que Dolores Avendaño realizó para Harry Potter. O quizá someterse a la inquietud que provoca el colectivo Provisorio Permanente cuando reconstruye en “Alguien llama”, una escena del Mago de Oz, o a la sorpresa de un extraño lago que aparece y desaparece en “El silencio de las sirenas”, de Eduardo Basualdo. Acaso sea esa irrupción extraña lo que alienta la curiosidad del espectador por los mecanismos ocultos que hacen a esa ficción creíble y al mismo tiempo nos haga refugiarnos en la ternura infinita que Alejandro Gabriel desliza en su animación “Pilki-Pilki”.
Especialmente pensado para este momento del año en que las vacaciones crean el ámbito propicio para el encuentro de niños y grandes, “El museo de los mundos imaginarios” instala al visitante en un espacio de ensoñación donde el pensamiento ficcional lo vuelve todo posible. Como en aquel remoto momento, evocado por Borges, cuando ambos reinos, el especular y el humano vivían en paz y se entraba y salía por los espejos. Se diría que con esta invitación a entrar y salir se desliza una incitación a situarse más allá de los círculos privativos de la institución arte y de la obligación de dar cuenta de la realidad puntual –que tan ocupado mantiene al arte contemporáneo– para que las ideas afloren sencillamente, a partir de la experiencia sensible. No es poco esfuerzo urdir un encuentro de maravilla para grandes y chicos a partir de obras de arte moderno y contemporáneo que despliegan mecanismos tan diversos de producción. La muestra es en ese sentido regocijante. Y sin duda se inclina por una opción diferente a los panoramas enciclopédicos destinados a instruir sobre un tópico determinado que solemos frecuentar.
Desde ya que en un conjunto tan amplio, integrado por unas cincuenta piezas, se pueden percibir zonas más armónicas que otras. Dentro de los tres núcleos de sentido que configura la muestra, el de la primera sala que comienza con Xul Solar y aloja, entre otras obras, su fantástico “Panajedrez” y alguna de las acuarelas del Proyecto Fachada Delta, es curiosamente donde se deslizan los momentos menos felices. Por caso, en la elección de las dos piezas en bronce de Libero Badii, un artista que trabajó de manera original grandes esculturas en madera policromada que desde una elección similar hubieran dialogado de manera más airosa con ese poderoso entorno. Algo parecido ocurre con las obras de Leónidas Gambartes, un cromoyeso (“Mitoforma en blanco y negro”, de los años 60) y otras pinturas de las series de Payés , que se encuentran en el mismo registro tonal apagado. A propósito de este artista, la muestra El realismo como vanguardia, que aún se exhibe en la Fundación OSDE, sacó a la luz una serie de finísimas acuarelas de los años 40 que por su correspondencia con los mundos oníricos y el color hubieran reforzado esta otra dimensión en su obra, acaso más rara y más a tono con los mundos líricos que le aportan el mayor vuelo a esta exhibición.
Con todo, uno de los puntos de mayor solidez del conjunto reside en los acertados cruces generacionales que tienen no sólo a Xul Solar y Borges como referentes, sino también a Oesterheld y Francisco Solano López. A Gyula Kosice, Fermín Eguía, Gambartes, Raquel Forner, por un lado y a Claudio Caldini, Marcos López y Res por otro junto a Hernán Soriano, Florencia Rodríguez Giles, Ananké Assef, Tadeo Muleiro, Nicolás Novali y Javier Bilatz o Javier Mrad. Un verdadero hallazgo en este sentido es la serie de dibujos de 1977 de Víctor Grippo en los que asoman varios de los temas que luego desarrolló. Una gran solvencia y un conocimiento del arte argentino pasado y presente ha sido puesta en juego de parte del curador para lograr la libertad que se advierte.
Todo indica que la renovación de programación y proyectos de este museo que inauguró el año pasado con una muestra dedicada al Pop acompañará el ritmo de cada período vacacional que modifica el clima de la ciudad. No está mal que así sea, dada la envergadura de cada proyecto y la necesidad de hacerlo rendir en el tiempo. Demasiadas muestras duran lo que un suspiro luego de una importante inversión.