Al bajar las escaleras que nos llevan a la sala, la penumbra y el sonido ambiente crean la sensación de estar en una geografía pasada donde el tiempo se detuvo. Es como estar contemplando el efecto generado por los eclipses en la naturaleza, donde el sol desaparece por unos microsegundos, el viento anula su movimiento natural y las especies se paralizan frente al fenómeno como a la espera de una contemplación divina.
Marcela Cabutti, trabaja la materialidad. Pero no sólo, la concreta y tangible sino también la sensitiva. La artista tiene la habilidad de hacernos vivir la presencia física del viento. Cabutti nos hace comprender a partir de su obra, que una imagen se torna eficaz cuando su propia materialidad no sólo acompaña sino también construye sentido. Y es el aire el elemento fundamental de la imaginación de Cabutti, el hilo conductor de todas las imágenes presentes en sala.
Ningún enunciado puede darse sin la presencia de una voz, de una superficie, sin hacerse cuerpo en un elemento sensible y sin dejar rastro en un espacio o en una memoria. Las piedras de Balcarce presentes en el centro de la sala, dan cuenta de esto, cada marca en ellas es parte de un relato pasado que si le diéramos el tiempo necesario para su contemplación podríamos descubrir. Si bien, cada obra funciona como un sistema en sí mismo, al convivir conforman una geografía imaginaría de tiempos pretéritos, donde la falta de estímulos externos ayudaban a la contemplación de nuestro entorno.
De esta forma, Cabutti creó un íntimo territorio donde estudia la condición material en cada una de sus obras como un campo de análisis. Nos ofrece un espacio a descubrir que pone en evidencia que en toda dimensión del hacer, convergen la elección empática de unos materiales y el descarte de otros, la fascinación y la experiencia mágica que implica la riqueza de las propiedades, y una relación humano-sustancia terrenal cercana a los fundamentos alquímicos. Hay en los materiales de las obras una energía poderosa y generativa que emana de ellos mismo e invade el clima de la sala.

Irene Gelfman

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