Galería 713, CABA, Argentina.
Texto: Jorge López Anaya y Marcela Cabutti.
Fotografía: Gustavo Lowry, Mario Moltedo y Patricio Gil Flood.
Misteriosos moradores del jardín
Por Jorge López Anaya
Desde su primera exposición individual en Buenos Aires, hace más de una década, Marcela Cabutti ha obtenido un notorio y sostenido prestigio. Lo confirma la positiva recepción que obtuvieron sus presentaciones posteriores. En 1999 exhibió en La Plata el proyecto Move in, que realizó en Delfina Studios Trust, en Londres, con una beca de la Fundación Antorchas. En el 2000, en Milán, expuso, con el título Bat, una instalación integrada por treinta y cinco retratos de murciélagos modelados en resina poliéster.
La Galería Luisa Pedrouzo hizo conocer su serie City Bell en la muestra individual del 2003. Las esculturas, de breves dimensiones, estaban dedicadas a la memoria de su infancia y a la naturaleza. Allí se podían contemplar los recuerdos del jardín, las pequeñas plantas, los árboles, los cactus, los bichos, las tortugas, la regadera con el chorro de agua, el abuelo; también las abejas, las arañas, los caracoles, los gusanos, las mariposas y los sapos.
En la muestra que Cabutti presenta en la galería 713 Arte Contemporáneo de San Telmo, con el título Jardines y Jardines, Mañana tarde y noche, puede verse una cualidad similar en algunos trabajos; en otros el carácter es diverso. Estas obras, como toda la producción de la artista, están realizadas con notoria precisión no exenta de sensibilidad.
En las series que se exhiben, esta la integrada por fotografías de una joven con máscaras de animales, nada complacientes (comadreja, pichón, paloma, zorzal, carau, etcétera), que ocultan su rostro revelando una situación inquietante. Son máscaras que, según la artista habitan su jardín de Villa Elisa cuando ella duerme. Un grupo de esculturas femeninas de color blanco nacarado, con cabezas de cactus, agresivas, punzantes, proponen otra clave para la interpretación, aún turbadora, del proyecto de Cabutti.
Asimismo, se exhiben los “zootropos”, remedos del kinematoscopio, un invento de 1861, que hacía animar una serie de fotografías montadas sobre una rueda giratoria. En otra obra, un picaflor, habitual visitante de los jardines, se aproxima a una “lamparilla flor”, muy kitsch, de luz tenue, para beber su néctar.
Una escultura de bulto remeda las naturalezas muertas pictóricas con sus fruteras y sus delicias naturales y frescas. Varias fotografías la muestran representada según la visión, muy diversa de la humana, de una abeja, de un pájaro y de un perro. Otro grupo de obras son grandes flores de inocultable belleza,con superficies lisas y brillantes, modeladas con notoria perfección (farolito chino, laurel del jardín, flor de limonero, madreselva, pasionaria, ceibo, jazmín). Varios dibujos trazados con hilos fluorescentes, que se refieren a la mañana, la tarde y la noche, agregan una experiencia bidimensional que exige la percepción atenta del espectador.
También se exhibe un conjunto de piezas con el título Sorpresas. Sobre una mesa reposan varias cajas traídas por Marcela Cabutti de la Patagonia (con luces, sombras de paisajes, nubes y juncos); están envueltas en papel de regalo con moños brillantes, ornamentales. Son obsequios generosos. ¿Quién será el destinatario simbólico de ellos? Quizá los espectadores que reciben el “don” de la experiencia estética.
Homenaje a Marosa di Giorgio, Francesca Woodman y Silvina Ocampo, por la intensidad de sus mundos…
Ojos de niña, recuerdos de familia que creí olvidados me insertan en un mundo de dimensiones ambiguas. Las pequeñas flores naturales cambian sus dimensiones reales y son grandes, muy grandes. Las flores abarcan todo el jardín.
Hay madreselvas, flores del laurel de jardín, fragmentos de estrictas achiras, pasionarias, jazmines, la flor del limonero con su limón. Flores de nácar, sensuales y sugerentes. Flores tiesas y azules como la noche, como estrellas queriendo caer.
Las mujeres como matas de plantas. Una cabeza no dócil sino provocadora, como coronas de espinas, cactus, esquejes, ampulosidades como posibles lastimaduras o heridas. Son tormentas de flores, son flores de verano, como princesas encaprichadas.
Son quienes habitan el jardín cuando duermo, es una fiesta, cuando es de noche.
La mujer se mueve se esconde, se ríe, en un mismo jardín de diminutas plantas. Nuevamente camisón y vestido veraniego.
¿Y los animales? ¿ Cómo ven los animales un suculento plato de comida? ¿Cómo perciben una berenjena, un tomate, un repollo, una pera o una manzana?.
El viento no cesa y su dirección tampoco. La arquitectura del cielo, la enceguecedora luna, su reflejo serpenteante e inquieto en el agua.
Hay acción que no ocurre, son secretos, que se escaparon de un jardín durante las mañanas, las tardes y las noches.
Marcela Cabutti,Villa Elisa 2006.
Gráficos del espectro de visión
Por Marcela Cabutti
Las abejas ven una parte del espectro de colores que para nosotros es completamente invisible; la gama se extiende desde el ultravioleta (300 nanómetros) hasta el amarillo anaranjado (650 nm), mostrando picos de sensibilidad hacia el ultravioleta, azul y verde. Para el ojo humano, la cinta de color va desde los 400 nm a 750 nm, con mayor sensibilidad para el azul, verde y rojo.
Los ojos de las abejas, compuestos por cientos de omatides, son sensibles al verde, azul y al ultravioleta. Cada uno de los omatides, son como lentes y provocan deformaciones con forma de ojivas de aspecto pixelado.
Cuando el sol brilla ven patrones de colores en el cielo que les permite guiarse a manera de eficientes cartas de navegación.
Los perros son ciegos al color rojo y al verde. Distinguen espectro de colores que están entre el amarillo y el azul. Ven un mundo más brillante y menos detallado, les resulta más fácil cuando los objetos están en movimiento y de noche.
Debido a la posición de los ojos en la cabeza, con respecto al campo visual, este es más amplio en el caso de los perros; con respecto a la profundidad (hacer foco en los diferentes objetos), los seres humanos tenemos una superposición del campo de cada ojo de 140 grados, mientras que en el perro es de 100. Esto limita al perro en su capacidad de acomodar la visión en varios objetos a la vez.
En las aves, en especial el águila, miran como a través de una “mira telescópica”. Desde el aire ven a sus presas en tierra hasta dos veces y medio su tamaño real, identificándolas por sobre las características del terreno.
La alta concentración de celdas lumínicas en sus retinas hacen que puedan ver todos los detalles de su presa.
Por la característica que tienen las aves de poder mover sus ojos
independientemente, amplían y reducen su campo visual y el foco. Por ejemplo convergen para buscar comida y se separan para buscar a un predador.
Tienen muy buena definición de la gama cromática, la mejor del reino animal, especialmente hacia los rojos del espectro.
La muestra fue concebida desde marco de la Historia del Arte, Historia del Paisaje desde China del Siglo V, pasando por Flandes, los Románticos, los Impresionistas, estudios actuales científicos y pseudocientíficos de la biología y visión de los animales.
Hay sutiles homenajes a Marosa Di Giorgio, Silvina Ocampo y Francesca Woodman por la intensidad de sus mundos.
Misteriosos moradores del jardín.
Por Pia Dalesson
Si bien podemos incluir la obra de Marcela Cabutti dentro de categorizaciones específicas de la Historia del Arte Argentino, creo que su obra sólo cobra sentido cuando se tienen en cuenta la poesía y la biónica, dos disciplinas que la atraviesan y le dan un carácter especial y único a su producción.
De todas formas es importante considerar que la obra encuentra su cauce dentro de la emergencia de ‘Artistas mujeres’ que irrumpen en los 90. Comparte con este grupo de artistas (como Marcela Mouján, Marta Ares, Silvia Gai, Gachi Harper, Nicola Constantino y Marina de Caro), el encuentro desde la visión femenina con el cuerpo, lo orgánico, “…el desvelamiento del mundo íntimo de la mujer”.
Su producción abarca en gran parte los objetos escultóricos: a veces entran en el mundo de la fotografía y pasan a formar parte de ésta, a veces constituyen una instalación, a veces sirven de disparador para ser copiados en dibujos y otras veces conforman grupos con una idea en común, pero en los cuales cada objeto se diferencia del resto.
5 Escultoras
Por María José Herrera para Revista Bilón 2011
Ningún material parece ajeno a los escultores contemporáneos: telas, resina, maderas, cristal, acero, vidrio, arena, entre otras densidades, brillos y texturas. Con ellos, cada artista desarrolla diferentes lenguajes que pivotean entre la figuración y la más absoluta abstracción. Herederas del arte concreto, el minimal o el land art, las propuestas de las escultoras contemporáneas rescatan tendencias del pasado a las que actualizan superponiendo una gran carga de subjetividad. Atravesar los límites de la disciplina, experimentar con distintos materiales y técnicas, son condiciones con las que abordan un amplio repertorio de intereses éticos, políticos, ecológicos y personales. El caso de Ana Lizaso, Celina Saubidet, Marcela Cabutti, Fabiana Imola y Dora Isdatne. Formadas en las tradicionales escuelas de bellas artes, talleres de reconocidos escultores y en innovadores espacios como la Beca Kuitca o el Taller de Barracas, unen a su sólida formación una búsqueda personal. La diversidad de propuestas implica al arte en todas sus manifestaciones, pintura, video y fotografía, materiales habituales y las nuevas tecnologías, como el diseño por computadora aplicado a la escultura.
(…) En la obra de Marcela Cabutti hay una poética que remite al mundo de la infancia, los sueños, las obras literarias de Borges, Cortázar, Silvina Ocampo y la escritura japonesa. En toda su producción pervive el interés por unir naturaleza, arte y ciencia, a partir de diferentes técnicas y materiales, algunos contundentes, como el hierro y la piedra, otros delicados, expresados en el silencioso gesto de una línea. Los fenómenos naturales, los cielos, las aguas fluyendo, lluvias y volcanes y especialmente las flores, inspiran estas obras modeladas en masilla epoxi, metal y resina poliéster. Sus madreselvas, pasionarias, jazmines y azahares, unen su leve belleza a la desmesura de su tamaño. Son especímenes que habitan un jardín particular de mujeres- cactus, mariposas y sapos, en el límite entre el mundo natural, libre y salvaje, y las convenciones de la cultura. (…)