Colección Fundación Federico Jorge Klemm. CABA.
Fotografía: Fabián Cañás.
Mi abuelo tenía en los años 70 /80 un modular espejado donde estaban ordenadas las copas y las botellas facetadas de licor y wisky y donde pasábamos horas jugando y proyectando paisajes infinitos, además de ser la última luz que quedaba encendida para que no tuviéramos miedo al dormir.
Las Piezas de interior de las cajas son piezas sopladas en cristal durante mi residencia en la cristalería San Carlos en Santa Fe además de haber usado en otra oportunidad las roturas y descartes de copas que es el producto mas difundido de la cristalería.
Las cajas espejadas tienen relación con las cajas de luces del año 2006 y mas cercanamente, a la pieza de montañas “Paisaje nocturno”, piezas modulares que se repiten en un juego superpuesto de negros brillantes. Estas piezas las exhibí en Galería 713 y en el Fondo Nacional de las Artes durante el año 2008.
Estas referencias a mis otras obras y el recuerdo de mi abuelo me motivó a hacer las cajas de espejos. La información acerca de la manera de construir el dispositivo de exhibición (mirrong boxes) se encuentra disponible en Internet.
El camino hacia la abstracción
Se exhiben en Fundación Klemm las obras finalistas de un premio de prestigio entre los artistas contemporáneos. Una selección bastante representativa de la producción actual de la Argentina.
Por Ana María Battistozzi
Los premios –concursos, salones y convocatorias afines– aún son un importante estímulo para la comunidad artística de nuestro país. Sea por las sumas puestas en juego o como plataforma de visibilidad, es notable la expectativa que generan en jóvenes y no tanto, más allá de las restricciones que imponen las bases con las cuales se convoca. Un régimen que por lo general se empeña en homologar la heterogeneidad de las prácticas artísticas actuales en términos de disciplinas, escala, géneros o soportes. Los premios de pintura van por lejos a la cabeza de las preferencias de los auspiciantes, la mayoría todavía anclados en el lugar jerárquico que ocupó la pintura en el siglo XIX.
El Klemm, que fue instituido en vida de Federico por la Fundación que lleva su nombre, fue uno de los primeros –aunque no el único– en correrse de ese lugar restrictivo, lo que le aportó un considerable prestigio entre los artistas contemporáneos. Esto se vio reflejado en las respuestas a cada una de sus convocatorias, en las selecciones –sin duda mérito de los jurados– pero sobre todo en las obras premiadas que han pasado a integrar una colección en la que deben convivir con otras de Magritte, Yves Klein, Giorgio De Chirico, Andy Warhol, Joseph Beuys, Deira, Macció y Berni, entre otros. No es poco desafío.
Este año el jurado que integraron Mercedes Casanegra, Eduardo Stupía, Victoria Verlichak, Valeria González y Eva Grinstein puso en ese lugar a las obras que presentaron Silvia Gurfein y Marcela Cabutti al otorgarles el primer y segundo premio respectivamente.
Lo de Gurfein es un conjunto de catorce pequeños cuadros que lleva por título “Origen y fin” y combina pinturas sobre tela y una serie de trabajos sobre papel. Uno podría conjeturar que “origen” alude a la pintura de flores multicolores, primorosamente arregladas en un florero blanco sobre fondo neutro, situada a la derecha del espectador y “fin”, a los círculos concéntricos que flotan sobre fondo también neutro en la pintura ubicada a la izquierda. También podría ser al revés. En ese caso deberíamos borrar de nuestras cabezas y sensibilidad las marcas que dejó una historia del arte concebida como “sucesión de estilos”, por la cual una tendencia sucede a otra y el análisis de la figuración culminaría inevitablemente en la abstracción.
De manera menos ortodoxa, la serie de dibujos y fragmentos de pintura entre ambas imágenes podría ser sencillamente un entretejido de “preceptos y afectos,” como lo hubieran llamado Deleuze y Guattari. O una zona de sensibilidad que se torna compleja y profundamente analítica al atravesar el camino de descomposición de sus elementos. Un proceso en el que conceptos como “vibración” o “devenir” parecieran sostener las relaciones en el conjunto. La artista convierte así una reflexión sobre la pintura y los procesos históricos que condujeron a la abstracción en experiencia estética de profundo tono afectivo. Quizá por eso mismo hace lugar a géneros considerados menores. La pintura de flores, de pájaros o paisajes –a menudo considerada una labor femenina, como el bordado– pareciera aquí rescatada en su frescura y su condición de práctica sensible. Esto implica un importante giro en la obra de la artista y es su trayectoria –sin duda conocida por los jurados– lo que no dejó dudas acerca del espesor de los planteos que subyacen en esa serie de “cuadritos primorosamente presentados”.
Ante el segundo premio otorgado a Marcela Cabutti cabe imaginar la dificultad que enfrentó el jurado a la hora de dirimir el orden de premiación. Radicalmente diferente a la de Gurfein en concepción, soporte y poética, la obra de Cabutti hace gala de otro tipo de refinamiento, próximo al diseño. Con todo, nada en ella es gratuito: la caja espejada con copas de cristal de licor, vino, aperitivos, champagne, agua y tequila, que describe la ficha técnica es un poco de todo menos eso. Un poco horizonte de hielo, barrera de transparencias o “Panorámica sin fin”, como eligió llamarla la artista, esta obra constituye un claro ejercicio de trasmutación poética de la materia más banal.
Una intención similar pareciera sostener “La conquista de lo inútil”, el proyecto de Valeria Conte Mac Donell que obtuvo la Primera Mención del Jurado con una trilogía de imágenes que integra fotografía directa, un tríptico de dibujos y un bello texto: “Estoy tejiendo mi casa en el hielo/ la riego por la noche y cuando sale el sol la veo desaparecer”.
Por una razón que no habría que dejar de celebrar, desde que este Premio se amplió como Premio a las Artes Visuales en 2001, ha mantenido un nivel fuera de duda, independientemente de la rotación de jurados en cada edición. En ésta, la selección ha incluido obras de interés como la de Isabel Peña, que obtuvo una Mención Especial del Jurado. Pero también otras no menores en un amplio espectro que va desde la inquietante instalación con piezas de cerámica de Débora Pierpaoli a la instalación mínima con ediciones y dibujos de Lucas Di Pascuale, el cuadro de luz de Karina Peisajovich, las pinturas de Víctor Florido, Laura Spivak y Adriana Minoliti, las fotografías de Nacho Iasparra, Bruno Dubner, Erica Bohm y Eduardo Gil o los videos de Cristina Coll y Gaspar Libedinsky. Distintas generaciones, soportes y prácticas artísticas lo hacen particularmente representativo de la producción actual.
Así, el Premio corona un año en que la Fundación presentó la colección Klemm con un renovado diseño a cargo de Gustavo Vázquez Ocampo y un programa de importantes muestras, como la de Gabriel Baggio actualmente en exhibición, un entrañable homenaje a los oficios y a su abuelo. Y por otro lado “Desde otro lugar”, el excelente rescate que durante julio y agosto hizo Cristina Rossi al presentar la obra de Perla Benveniste y Eduardo Rodríguez de fines de los 60 y 70 en un insospechado cruce entre arte cinético y política, muy propio de esa época pero escasamente conocido.